Antonio López y la magia que ilumina la vida cotidiana

Es uno de los pintores realistas más admirados en todo el mundo: Antonio López, trabajador infatigable, vive en busca del matiz exacto. Por eso sus pinceles detienen el tiempo y capturan la luz en instantes que quedan fijados para siempre.

 

Genio de la luz

¿De qué hablamos cuando hablamos de la luz en pintura? Durante la mayor parte de la historia del arte, la luz natural ha sido la materia prima que ha permitido plasmar el color sobre el lienzo, del mismo modo que para un escultor esta fuente es la forma y para el músico, el sonido.

Antonio López (Tomelloso, Ciudad Real, 1936) se propuso captar la realidad con sus infinitos matices. Una realidad que cambia a cada instante, precisamente porque cambia la luz. Para ello quiso usar la observación directa, situarse en el lugar escogido y pintar a partir de estudios del natural.

Antonio López

Antonio esculpiendo a Mari.

 

Por increíble que parezca al contemplar sus cuadros de cerca, Antonio López nunca parte de fotografías. Prefiere seleccionar un instante entre el flujo infinito de momentos, en lugar de tomar prestada una imagen que ha quedado congelada, ya inalterable, a través del objetivo de una cámara. Este punto de vista es una de las claves de su estilo.

 

Todo empezó un verano

Durante el verano de 1949, el pintor Antonio López Torres descubrió que su sobrino tenía facilidad para el dibujo. Observó en él una destreza poco habitual en sus copias de láminas del siglo XIX y decidió orientarle en sus primeros dibujos y pinturas del natural.

Desde entonces, la luz de su Tomelloso natal quedó reflejada en su obra. A partir de 1960 descubriría el nuevo paisaje urbano que completaría sus primeras influencias: la ciudad en la que surgen obras como Madrid desde el cerro del Tío Pío (1963) y, por supuesto, La Gran Vía (1974-1981).

Antonio López

Antonio y Mari pintando en el Cerro del Tío Pío, 1978

 

A los dieciséis años pintaba paisajes a pleno sol, después descubrió los atardeceres y, finalmente, en sus cuadros volvieron a aparecer escenas soleadas. A lo largo de este ciclo, siempre ha invertido el tiempo necesario (años, incluso) para recrear la imagen que se forma en su mente y plasmar la emoción precisa. Para ello regresa una y otra vez al mismo lugar y a la misma hora.

Antonio López

Gran Vía, 1974-81. Óleo sobre tabla, 93,5 x 90,5 cm.

 

El tiempo y la luz

El proceso creativo de Antonio López está documentado en la película

El sol del membrillo (Víctor Erice, 1992). En ella vemos al artista en su búsqueda: su objetivo es el momento en que los rayos solares han de incidir sobre la fruta para crear la tonalidad deseada, justo cuando el membrillo empieza a madurar.

Décadas antes ya había buscado este efecto en obras como Membrillero (1992), del mismo modo que también regresó a las mismas calles de Madrid para capturar otros momentos que se podrán admirar para siempre. Por ejemplo, su Gran Vía, 1 de agost,o a las 7:30h, que estuvo pintando cada primero de agosto entre 2009 y 2011.

Antonio López

Membrillero, 1992, óleo sobre lienzo, 105 x 119,5 cm.

 

La luz del sol es el fenómeno más impredecible que puede observarse. Si pensamos en el mar, con toda su masa en movimiento, sabemos que siempre está ahí y que no desaparece al caer la tarde. Sin embargo, la luz es intangible y fugaz, y por eso cada artista desarrolla su propia técnica para llevarla al lienzo. Antonio López ocupa un lugar propio en la historia del arte gracias a su habilidad para mostrar la magia que ilumina cualquier escena cotidiana.

 

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Antonio López

 

 

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